La crisis es una farsa.
Se trata de una conjura entre diferentes y poderosos estamentos de la empresa privada para ocultar sus fracasos y beneficiarse del temor de la plebe.
Los actores estelares de esta historia son los bancos y las constructoras, las constructoras han fracasado vendiendo cada vez más caros, pisos cada vez más pequeños y de peor calidad; los bancos han fracasado al conceder hipotecas para pisos tasados muy por encima de su valor real y a propietarios totalmente insolventes. Después está el resto de la empresa privada, el camello que siempre está dispuesto a saltarse la ley, el mafioso que siempre apoya cualquier fechoría, siempre lista para exprimir a los humildes trabajadores.
Una oscura noche de invierno, se reunieron tres representantes de estos tres bandos y acordaron un plan maestro, la CRISIS, para solucionar todos sus problemas. Crearon una cosa inexistente, para meter el terror en los hogares y justificar sus acciones, y con suerte, conseguir ayudas gubernamentales.
Enotnces, idearon la crisis y se quedaron ampliamente satisfechos, repanchingados en sus butacones de cuero negro, con un buen puro en la mano y una copa de coñac del caro en la otra.
Si instauramos la crisis, entonces podemos justificar las pérdidas y dejar de conceder hipotecas insolventes sin que nadie nos pida explicaciones, y con suerte, conseguir ayudas gubernamentales (dijo el representante bancario).
Si instauramos la crisis, entonces podemos justificar las bajadas de precio para poner los pisos en su lugar y dar motivo a despidos masivos, y con suerte, conseguir ayudas gubernamentales (dijo el representante de la construcción).
Si instauramos la crisis, entonces podemos justificar la congelación de sueldos y los despidos masivos también, y con suerte, conseguir ayudas gubernamentales (dijo el representante de la empresa privada).
Y así surgió la crisis en nuestro país. Un perfecto acto de terrorismo. Una estudiada acción de guerra psicológica.